Todos los días perdemos líquidos de diferentes maneras y los recuperamos a través de la alimentación y la ingesta de diferentes tipos de líquidos. Cuando una persona es saludable, el cuerpo se encarga de mantener el balance ayudado por el sodio, potasio y cloro. La deshidratación puede ser lenta o rápida dependiendo de la actividad y de la edad del niño; para los bebés, es más difícil mantenerse hidratados ya que necesitan de alguien que les provea de líquidos.
Cuando un niño está enfermo, puede tener resistencia a tomar líquidos o puede sufrir de diarreas y vómitos que hagan que se deshidrata muy rápido.
¿Cómo reconocer a un niño deshidratado? Pon atención a estos síntomas:
- Somnolencia, irritabilidad.
- Piel fría o sudorosa.
- Debilidad, baja energía.
- Llorar sin lágrimas.
- Boca seca o pegajosa.
- Ojos hundidos.
- Ausencia de orina en 8 a 12 horas o una orina de color oscuro.
- Rápida pérdida de peso.
Cuando un lactante tiene deshidratación, la mejor solución es la leche materna, ya que tiene todos los minerales que le ayudan a recuperar su salud, pero si no es posible, se deberá usar bebidas que contengan electrolitos. A los niños mayores de un año, se les puede dar caldos, jugos, helados de agua. Las bebidas deportivas, gaseosas o el agua sola, no tienen la suficiente cantidad de sales de rehidratación, por lo que no serán tan eficaces. En casos muy graves, se puede requerir de hidratación por vía intravenosa o por un tubo que se conecte desde la nariz hasta el estómago.
Para prevenir la deshidratación, se debe ofrecer al niño, varias veces al día, agua u otros líquidos, sobretodo en días de calor o cuando está enfermo, como cuando sufre de fiebre. Si hay algún dolor que le impide tragar, se debe consultar con el médico para saber si se recomienda algún medicamento adicional.
La deshidratación grave puede llevar al niño a perder la conciencia, a sufrir de taquicardia e incluso la muerte, por eso es muy importante que ante los primeros síntomas, se tome acción inmediata, llévelo urgente al médico.